viernes, 4 de octubre de 2013

PADRE JUAN VENANZZONI: UN CURITA BUENO DE VILLA LORETO

En Bahía Blanca, hay una
villa que la bautizaron
Villa Loreto en honor a
la virgen de Loreto que
trajeron unos sacerdotes
franciscanos llegados de Italia.
Entre ellos, un curita bueno,
sencillo y tierno.
Su nombre era Juan Venanzzoni,
para él vá este homenaje.


                                                                                         

          Inolvidable Padre Juan, tu viaje silencioso al llamado del Señor, dejó en la tierra, tu misión de Paz y Bien. Recordar tu sencilla figura, es sentirse admirado por la grandeza de quien fuera fiel seguidor de los preceptos del Poverello de Asís: humildad y fortaleza.
          Su vida y su obra ya pertenecen para siempre a la comunidad de Bahía Blanca, a la que dio todo, hasta la vida.
          Desde aquel lejano 11 de abril de 1959, cuando llegara para secundar a ese pionero que fuera el Padre Danilo, su espíritu pacificador de almas y gestor de obras no descansó, hasta que su motorcito dijo basta.
          Desde su Villa Loreto, desafiando inundaciones e indiferencias, atrajo con su férrea voluntad y su infinita paciencia a muchos que, tímidamente, se conmovían con la dulzura de este fraile. Así el barrio fue creciendo junto con la Parroquia y surgieron el Colegio Primario, Pre-escolar, Secundario y Academia de Inglés.
          Las capillas diseminadas como semillas fecundas: Nuestra Señora del Rosario (Villa Rosario), Stella Maris (en el otro extremo de Villa Rosario), Santa Clara de Asís (en Villa Libre), La Sagrada Familia (Barrio Rosendo López), Santa Isabel de Hungría (en Villa Muñíz), y la amplia y moderna Iglesia de San Francisco de Asís.
          También dio todo su apoyo a la creación del colegio secundario, cuya primera etapa fue bendecida el 5 de junio de 1993, gracias al tesón y al esfuerzo de la Unión de Padres de Familia. Todo ello junto al Padre Antonio, compañero de toda la vida, su amigo y consejero.
          Su paso como capellán de la cárcel de Villa Floresta durante 30 años, dejó indeleble su presencia en la fe y la comprensión para quienes perdieron su libertad. Su bondad y su sencilla sabiduría, propia de los grandes espíritus, estarán siempre presente en una comunidad que, a su influjo, se extendió más allá de sus límites naturales.
          Los Hospitales Dr. Penna e Italiano, también supieron de sus desvelos por los enfermos y desesperados, para quienes siempre tuvo el consuelo de la oración y la esperanza en el Señor. Muchos de los acontecimientos de la ciudad contaron con su presencia cálida y alegre que hoy añoramos con sentida nostalgia. 
          Gracias Italia, gracias Orden Franciscana y bendito sea el Señor por habernos otorgado el privilegio de contar con su presencia y amistad!.

Consejo Pastoral, 1993.  PAZ Y BIEN.
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